Un paseo de arte a cielo abierto se levanta en la playa más escondida del Puerto. El artista de estilo libre pinta sobre los bloques de cemento y esculpe en la piedra Mar del Plata. El entorno, en tanto, hace lo suyo.
“Hago una obra y quiero que la termine la naturaleza”, dijo Marcos Curioni.
Emocionado, cuenta: “En esta casa, antiguamente, vivía un pianista. Cuando todos se iban, abría la ventana sur, la que no da a la playa, la que da al mar, y tocaba el piano. Entonces, se acercaba una sirena, eran un dúo maravilloso. Pasó el tiempo y el pianista falleció. La ventana no se abrió más. Entonces, ella se asomaba desde la orilla. Se encontró con el piano en la playa y se fue acercando, de a poquito. Se dio cuenta de que la marea estaba bajando y corría riesgo su vida, por no poder volver al mar. Aún así se quedó, se deslizó, se abrazó al piano y se quedó dormida. Poseidón quiere saber qué pasa con una de sus hijas, quiere saber por qué se quedó, pero el porqué lo sabe ella sola. No estaba enamorada del pianista, estaba enamorada de la melodía”.
La sirena derramada sobre ese piano de piedra y un imponente Poseidón yacen, entre otras obras, en la playa más escondida del Puerto de Mar del Plata, ahí donde la escollera actúa como pared: la arena se termina y del otro lado solo hay océano.
En ese triángulo, el artista plástico y escultor Marcos Curioni construyó su refugio. Su trabajo de sereno le permitió levantar “La escollera del león” sobre la playa. Es una suerte de paseo o sala de arte a cielo abierto con obras propias, un living sobre la arena, un piano real y una mesa ratona en la que ofrece café a los curiosos.
En los bloques de cemento que sostienen el camino que conduce al San Salvador de la escollera sur, homenajeó a Olmedo, Porcel, Piazzolla, Favaloro y Gardel, pintó rostros de mujeres enigmáticas y de surfers,
dibujó paisajes marinos que saltan del cuadro, recreó imágenes distópicas de la pandemia y trabajó con naturalezas muertas, como ramas de árboles a las que embelleció con el azul Francia que tanto le gusta.
Generoso, quiere enseñar a pintar y a dibujar gratis, a quienes lo deseen, en la playa “cuando venga el calor”. Tiene 47 años, luce dos brazaletes de cuero que protegen sus muñecas de la tendinitis y lo asemejan a un héroe de historieta. Entusiasmado, explica a LA CAPITAL: “Cuando vine acá quedé fascinado con el lugar, no es muy corriente, está alejado de todo”.
Hace cuatro años desembarcó en esta playa con su aspecto de marino, su pelo blanco y la piel curtida por el sol. Antes, el marplatense buscó su destino en España. En Madrid se ganó la vida como guardavidas y trabajó en el mantenimiento de piscinas. Sin embargo, su pasión es el arte. “Soy artista desde los ocho años, cuando se me despertó el bichito del arte. Pinto y dibujo desde muy temprana edad.
En el colegio, la parte más divertida era dibujar”, relata. Siempre autodidacta, además de pintar también aprendió a esculpir la piedra Mar del Plata y, sobre todo, aprendió a leerla.
“Es una piedra autóctona -dice-. Algunos escultores me dijeron que no se puede esculpir en ella porque tiene arenisca y partes más blandas, eso es real, algunas se deshacen, pero a la piedra tenés que leerla, sentirla, verla, cuando ves una manchita verde es porque adentro tiene arenisca y el agua busca meterse. He roto varias obras porque no sabía leer la piedra”.
Fenólico y bloques de cemento son los soportes de sus pinturas, que tienen grandes dimensiones, como el interruptor de la luz que parece invitar a tocarlo y a “encender” la magia que, de todas maneras, está prendida las veinticuatro horas y musicalizada por las olas. Son obras sin título y sin firma. “Me doy cuenta de que no soy tan egocéntrico, hay artistas que hacen más grande la firma que la obra, eso habla de un egocentrismo importante, mi firma es el lugar”, explica y reconoce que su maestro es Leonardo Da Vinci.
– ¿Cómo actúa la erosión del entorno en las obras?
– Actúa de dos maneras, me he dado cuenta acá en cuatro años. (En la pintura) el salitre hace como una especie de lámina protectora, se cristaliza, es increíble. Del otro lado, hicieron un mural grandísimo que se borró, porque la bruma y el salitre no pega de lleno como acá. De este lado de la playa, sí pega. Hay obras en las que la superficie es mala y la pintura se va descascarando. Ahí tengo que trabajar con barnices, lacas y demás, pero hay otras pinturas como la de Olmedo, a la que no le puse nada, y el salitre le hizo una capa.
– Y en relación con las esculturas, ¿el mar sigue esculpiéndolas?
– Sí, por supuesto. El mar no las lastima, el agua, el tiempo y los climas hacen que la piedra sea más clarita, más marroncita o si les pega mucho el agua, aparece el verdín. Cada piedra es única. Yo hago una obra y quiero que la termine la naturaleza, que quede como quede.
Si le pega el agua, mejor, le da su matiz.
– La naturaleza va completando las obras.
– El artista más perfecto que hay es la naturaleza, ningún humano la pudo superar, ningún egocéntrico podrá. Lo que hace la naturaleza es sorprenderte.
Fuente: Diario La Capital