Marcos vive en la Escollera del León, un brazo de la Escollera Sur hace dos años. Sueña con transformar el espacio en un museo al aire libre
Por Lourdes Díaz
Recorrer el puerto de Mar del Plata siempre es atractivo para marplatenses y turistas. Ya sea caminando por la banquina de Pescadores o internándose en los cerca de tres kilómetros que tiene la escollera sur, se descubren lugares y personajes.
En los últimos años, diferentes muralistas de la ciudad le dieron otra imagen al pie del San Salvador que al final del recorrido se erige como protector de los navegantes. Pero, a pocos metros del cementerio de barcos, en el brazo denominado Escollera del León, escondida entre los murallones de concreto y las toneladas de piedra que hace cerca de 100 años fueron traídas para formar lo que actualmente se conoce como Escollera Sur, hay alguien que trabaja en silencio con el sueño de transformarla en un museo de piedra al aire libre.
Hace dos años, Marcos Curioni abandonó su trabajo como navegante en el puerto de la ciudad, seducido por la posibilidad de trabajar como sereno en la empresa Arenera que está ubicada en la escollera sur. La propuesta era sencilla: trabajo remunerado con una pequeña vivienda a orillas del mar. Si bien el ofrecimiento le interesó, no fue hasta que vio el paisaje que lo rodeaba que decidió aceptar, pensando en la cantidad de obras que podría hacer allí.
-Estoy donde se abre la escollera, ¿te ubicás?
-Sí, si, a la tarde estoy por allá.
Llega la hora pautada para el encuentro y no hay un camino lineal que conduzca al lugar buscado.
-Hola Marcos, estamos en la escollera, donde empieza el murallón... No encontramos una entrada.
-Tenés que volver y entrar por la playa. Seguí por los piletones y vas a ver unas grúas. Mi casa es la verde.
Luego de una caminata sobre la arena que parece eterna, se divisa un bloque de cemento intervenido que simula un camión volcado. Unos pasos más adelante, murales con temas marítimos y sobre la escollera, y un tótem con un águila custodia un león de piedra. Seguimos caminando y a lo lejos se ve un hombre delgado, alto, de pelo largo vestido con una malla jamaiquina y una campera negra canguro. Está limpiando la playa. O su “patio”, como le gusta llamarlo. Una perra mestiza color marrón lo acompaña a cada paso que da.
"Por suerte hay sol”, comenta. Es que la lluvia que cayó durante el fin de semana extralargo de carnaval lo obligó a frenar su tarea creativa. “Estos días no se podía hacer mucho. La piedra todavía está húmeda”, dice. Pero, si bien la lluvia le impidió esculpir, la tarea que más le apasiona, aprovechó esos días a perfeccionar obras en acrílico que tenía en proceso.
Sentado sobre una mesa de madera reciclada, Marcos acomoda su barbijo negro y cuenta que está en el lugar hace poco más de dos años, que antes trabajaba en los barcos del puerto, fue sereno en una empresa de la zona y en el 2000, como tantos otros, se fue a probar suerte a España.
“Cuando vi esto ni lo pensé, me traje las cosas, uno de los perritos me acompañó, los otros dos ya estaban acá. Le dije a la gente cuál es mi hobbie, que me gusta pintar y trabajar la piedra y me dijeron que no había problema. Ahora también tengo a Leonardo (un gato blanco y gris que rescató), está adentro. Se llama Leonardo por Da Vinci”, confiesa entre risas.
Tenía ocho años cuando su abuelo vio que tenía potencial para el arte y lo llevó a un taller de dibujo y pintura para niños. “Mi abuelo era medio ratón; me mandó a un taller de barrio”, dice y se vuelve a reír. Una tarde, mientras realizaba un ejercicio de naturaleza muerta con grafito, la profesora se acercó y le consultó sobre un detalle negro. “Es una mosca, estaba en el jarrón y la dibujé”, le respondió. Sin poder ocultar su sorpresa, la profesora le señaló que tenía una tendencia al arte japonés. Ese sábado, cuando su abuelo lo fue a buscar, le dijo que no quería ir más a ese taller. “Lo que no me gustó fue que me encasille”, explica treinta años más tarde.
La historia de Marcos con el academicismo terminó una década más tarde, cuando - a pesar de la negativa familiar- intentó estudiar en la Universidad Nacional de Bellas Artes. "Rendí libre y me dijeron que me faltaba. Cuando volví al año siguiente también reboté y ahí me frustré", dice. Fue entonces que se volcó al estudio de la Historia del Arte y técnicas de pintura de manera autodidacta. "Empecé a leer, a investigar, Da Vinci, que me gusta mucho. Rembrandt, también", señala mientras vigila que Pandereta, una de sus mascotas, no se aleje del alcance de la vista.
"Del arte no se puede vivir. Es muy difícil hacer algo y que guste y te alcance", asegura con la vista fija en el proyecto "emperador Mazzarello", un busto de piedra en el que se propone homenajear al actor Marcelo Mazzarello que se erige en la escollera y tiene pensado finalizar durante este año. "Esta es la obra más grande que hice acá, quería hacer un homenaje a alguien que esté relacionado con Mar del Plata y Marcelo es una persona humilde, es un ser humano increíble... pero la primera fue el león que está allá", dice y enseguida inicia un paseo guiado por su "patio". Como un curador urbano, repasa la historia de cada una de las obras que -advierte-, sin querer, tienen un hilo conductor.
"El que te dice que tarda años en hacer una obra, te miente, te está chamuyando. Para hacer una obra, entre mate y mate, ponele, escuchando música, tardo una semana", cuenta, sin interrumpir su recorrido hacia otro sector del "patio", en donde tiene en proceso su mayor obra escultórica. "Acá voy a hacer una familia. El león con el cachorro y, en esta otra punta, la leona. Todo en un bloque. También tengo pensado hacer un Poseidón que salga del agua y ponerlo allá (señala el final de la escollera), así el agua le pega cuando rompan las olas. Otra cosa que estoy maquinando es una obra en homenaje a Alfonsina Storni con hojas de poemas que salgan y se pierdan en la playa", agrega.
"Si ven que estoy muy embalado o hablo muy rápido ustedes avísenme", advierte Marcos, que por primera vez abre las puertas de su taller a un medio de comunicación. "Esto para mí es todo nuevo, que vengan ustedes, me llamaron de una radio; es muy grande. Le avisé a los dueños antes que iban a venir y me dijeron que no había problema", comenta el hombre, para quien su obra es su descendencia. "No tengo hijos. Mis hijos son mis cuadros y mis esculturas. No me casé. No tengo una familia tradicional, por eso puedo seguir haciendo esto. He tenido parejas, sí, y siempre fui fiel, pero no se dio nunca que eche raíces, como quien dice", sostiene y reafirma que su máximo deseo es convertir el espacio en un centro cultural, con dictado de clases incluido. "Pero lo que quiero es enseñar como aprendí yo, libre", asegura el guardián de la Escollera del León.
Un reconocido escultor de la ciudad le dijo que la piedra Mar del Plata no se puede esculpir, porque por su composición se desgrana fácil o se quiebra. Entonces se propuso demostrar -como todo lo que realiza, que hay otra forma de hacer las cosas fuera de lo que indican los libros. "Quise demostrar que sí se puede trabajar esta piedra. ¿Es más difícil? Puede ser, pero es lo que hay, es lo que tengo y quiero dejar para que la gente disfrute", concluye.
Fuente: 0223.com