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Foto del escritorMar del Plata - La Perla del Atlántico

Se levanta a las cinco de la mañana los 365 días del año para ponerle la fecha al calendario

Hace tres décadas que el trabajador municipal madruga cada día para embellecer la Plaza San Martín con el icónico almanaque. La obra efímera dura apenas 24 horas y requiere de esfuerzo físico. Esta tradición comenzó en 1940 y es un emblema de la ciudad.


Por Camila Hernandez Otaño

Rige la alerta por lluvias, vientos fuertes y posibles tormentas en Mar del Plata, pero el calendario floral de la Plaza San Martín, postal indiscutida de La Feliz, está listo. Hace más de 82 años que esta tradición se mantiene en el balneario.

Fue el primer director de Plazas y Parques de Mar del Plata, Don Adolfo Primavesi, el responsable de instaurar en 1940 ese llamativo cantero con especies florales de estación, generalmente rosas y peonías, que rodean el día, el mes y el año escritos en piedras y polvo de ladrillo..


Mucho antes el balneario fue una llanura pampeana, compuesta por gramíneas, herbáceas, arbustos con espinas y un pequeño y único árbol llamado Tala. En 1913 se dictaminó una ordenanza donde disponía en el artículo 10 la plantación de Tilos y Plátanos, por lo que es común ver esas especies en la zona del centro.

De origen italiano, Primavesi se formó como paisajista en Francia y estuvo a cargo de los increíbles jardines de Versalles. “La ubicación original del calendario fue otra, frente al edificio de la municipalidad a pocos metros donde se lo puede encontrar ahora, donde San Martín se hace peatonal, casi Mitre, exactamente frente a la Catedral”, explica Jorgelina Sanurjo, Técnica agro y paisajista del Departamento de Espacios Verdes de la Municipalidad.

El gran artista se encargó de pasar el legado a las siguientes generaciones de jardineros. Nunca se supo quién estaba a cargo de la obra efímera. Pero algunas temporadas atrás se dio a conocer al gran ejecutor.


Hugo Perea de 56 años, trabajador de la municipalidad marplatense, es el responsable de cambiar la fecha a diario

los últimos 30 años. Lo hace cada madrugada en la franja horaria de 6 a 8 de la mañana. Se presenta los 365 días del año. “Este fin de semana lo tuve que hacer más temprano, cerca de las cinco porque sabía que estaba pronosticado lluvia y la tarea se vuelve una odisea”.

El armado del almanaque es artesanal, para eso Perea necesita fuerza, destreza y precisión. “Hasta que me mantuve en el anonimato la gente que pasaba no tenía idea de cómo se realizaba. Antes me gustaba venir y escuchar lo que comentaban al contemplar o retratarlo”.


En el subsuelo que rodea la calesita de la

plaza, Hugo, guarda todas las estructuras metálicas de los moldes que se modifican a diario. “Tiene que estar ordenada, así puedo agilizar la tarea del día siguiente. Ya dejé listo el 3 y el domingo “, admite. “Las fechas más complicadas son las de cambio de mes. En especial la del 31 de diciembre donde todo se altera”, explica.

Perea aprendió la técnica de Rosa Santos, durante un tiempo se limitó a observar el proceso, hasta que pudo empezar a ganar experiencia y aportar su propio estilo. “El secreto es la prolijidad, hay que lograr rellenar los moldes con polvo de ladrillo y granza, que no se tira sino que se recicla. El toque final se da con la manguera que realza el color”.


Se quejan de dolores en el cuerpo y de la exposición constante a pasar tiempo a la intemperie. “En invierno con frío y viento se hace difícil aguantar... pero a mí me gusta mucho. Además, ya estoy canchero”.

Nació y se crió en Santiago del Estero, llegó a Mar del Plata en 1980 de casualidad, al poco tiempo conoció a su mujer Natalia, se casó, y son padres de Martina (16), Delfina (14) y Tiziano (3). “Ni mis amigos sabían que yo estaba a cargo de esta tarea”.


Más de una vez, confiesa, tuvo que volver a la Plaza para corroborar que

había marcado la fecha correcta. “Al tratarse de una rutina, hubo días que no estaba seguro que número tocaba. Por suerte, en más de 30 años, nunca me equivoqué”.

Con dos stent, y un arritmia cardíaca, Hugo, no trabajó durante la pandemia. “Me reemplazó uno de los chicos al que le enseñé, y cumple la tarea durante mis vacaciones. Una vez que completé el esquema completo de la vacunación volví al ruedo”.


Admite que extrañaba venir a la plaza. “Es un trabajo gratificante que aporta belleza a la ciudad. Cada vez lo quiero hacer mejor”.

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