Aunque a los jesuitas se les escurrió entre las manos, un portugués vio en ella “un saladero de carne”. La "perla del Atlántico" le debe a Patricio Peralta Ramos el nombre, la piedra fundamental y la resurrección. A Pedro Luro, el puerto y la visión de futuro. Y a los argentinos, ser el prototipo del ocio marino apto para todo público.
Por Mónica Martin
Un 10 de febrero, pero de 1874, Mariano Acosta, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, firmó el decreto en el que reconocía legalmente la existencia de Mar del Plata. A partir de entonces, hubo consenso social en considerar que el 10 de febrero de 1874 había sido “fundada” Mar Del Plata.
En realidad, "la perla del Atlántico" que hoy llamamos Mar del Plata, era entonces la Reducción de Nuestra Señora del Pilar y, había sido fundada por los jesuitas en 1746para poner en caja a los 1.200 indios pampas de la zona. No era más que un pueblo “a orillas del la Laguna Las Cabrillas (actual Laguna de los Padres).
Administrativamente hablando, entonces, “el pueblo” de Mar del Plata pertenecía al partido de Balcarce y no fue sino hasta 1879 que pasó a la jurisdicción del flamante Partido de General Pueyrredón.
El nombre “Mar del Plata” se le ocurrió a Patricio Peralta Ramos, un visionario que llegó en 1870 a salvar las papas del fuego haciendo buenos negocios.
Todo había comenzado en 1870, cuando la riqueza de la patria se medía por la cantidad de puertos operables que tenía. Los jesuitas habían empacado hacía rato (en 1751, una revuelta aborigen hizo trizas tanto su misión evangélica como el fortín marplatense y) y cuando un consorcio de portugueses llegó a esta tierra de nadie con potencial geográfico portuario, se quedó sin más para hacer un saladero de carne vacuna de exportación.
En el año 1856, era José Coelho de Meyrelles el encargado del saladero, pero enfermo y endeudado, no le costó mucho a Patricio Peralta Ramos convencerlo, 20 años más tarde, de que le vendiera todo y regresara a su patria.
Patricio Peralta Ramos, un militar de San Nicolás que descendía de colonos cordobeses, había hecho buenos negocios en el período rosista y, luego de la Batalla de Caseros, “se exilió” en el sudeste de la provincia de Buenos aires.
Mientras el gobierno nacional estaba preocupado por consolidar fronteras, Patricio Peralta Ramos fue el primero que creyó en el futuro dorado de esta costa indómita y variada: bosques verdes, acantilados salvajes de hasta 30 metros de altura, playas prístinas y un interior de lagunas y serranías. Y todo a favor para contar con un puerto dinámico.
Como solían hacer los conquistadores, lo primero que hizo en 1873, fue construir una iglesia, la Capilla Santa Cecilia, en honor a su esposa, Cecilia Robles. A fin de ese mismo año, inició las gestiones de reconocimiento del lugar en la gobernación de Buenos Aires y, ya conocemos el final feliz de su gestión. En dos meses más, ya tenía a Mar del Plata.
Otro ilustre de la génesis marplatense fue Pedro Luro quien, en 1877, se puso al frente del saladero, una grasería, instaló un molino, construyó un nuevo muelle, y le dio o impulso al cutlivo de cereales, oleaginosas, hortalizas y frutas.
Además de todo eso, si Mar del Plata hoy tiene puerto se lo debe a Pedro Luro, quien en realidad era médico, pero con enorme visión empresarial.
Hijo de un estanciero francés y con 13 hermanos, aprendió a hacerse escuchar y organizó todo el negocio de los saladeros de la provincia de Buenos Aires, para justificar la necesidad de tener un puerto. El mismo, personalmente, viajaba a Francia para colocar nuestra carne en el mercado europeo.
Cuando todavía nadie se animaba al viento marplatense, Pedro Luro levantó su casa, Bel Retiro, en la esquina de la actual Avenida Colón y Santiago del Estero (actual Automóvil Club Argentino), desde donde urdía sus negocios y recibía grandes personalidades de la época, incluidos los presidentes.
En los años en que, tanto en Europa como en Argentina, las serranías se proponían como elixir terapéutico para los males respiratorios, y las aguas marinas y termales prometían recuperar la salud perdida, fue cuestión de “días”, posicionar a Mar del Plata como el destino soñado de la ribera atlántica.
Desde luego, por entonces, sólo las clases altas podían disfrutar de la nueva cultura del ocio y el entretenimiento, huyendo de la peste y de la amenaza de la fiebre amarilla.
Sin embargo, con los años se sumaron los nuevos ricos del mundo de la industria y las finanzas, los profesionales, los comerciantes y, desde luego, los funcionarios.
Para la gente “del interior”, Mar del Plata era además el lugar perfecto para desembarcar en la provincia de Buenos Aires, mostrar su poder y presentar a sus herederas en la gran sociedad.
En 1930 surgieron las primeras colonias de vacaciones y la necesidad –incluso desde el gobierno conservador- de “democratizar” Mar del Plata.
En 1937 nació la Dirección Municipal de Turismo de Mar del Plata y fue un hito de la industria nacional de los viajes. Apenas un año antes, en Francia, las vacaciones laborales comenzaban a ser un derecho –luego convalidado por la Organización Internacional del Trabajo-.
Pensar un país moderno era también
pensarlo con derechos. Entre ellos estaba el descanso, ya por entonces pensado con un criterio sanitario.
A la par que se fogoneaba la pavimentación de la Ruta 2, se abrían “sucursales” promotoras de Mar del Plata y se extendían créditos bancarios, la Dirección Municipal de Turismo ideó excursiones para estudiantes, empleados públicos, obreros, bancarios y maestros argentinos.
En 1932, se reabrió el Casino (que se había cerrado en 1927), se diseñaron Playa Bristol, Playa Grande, la Plaza San Martín y se pavimentaron 300 calles marplatenses.
Se mejoró y rebautizó como “Punta Iglesia” la famosa pileta Lavorante, que en 1918 había construido junto al muelle de pesca el ingeniero italiano Vicente Lavorante.
La pileta Punta Iglesia tenía 20 metros de ancho y 100 metros de largo y era una de las primeras confirmaciones de la urbanización marplatense, la primera postal del descanso que impactaba en las retinas de los visitantes, apenas amainaba
el majestuoso zigzag del ingreso costero y se respiraba el mar.
Casi un siglo y medio más tarde, Mar del Plata volvió a ser la cabecera del descanso marino nacional.
Después de los quebrantos económicos y las penurias que nos dejó la pandemia, hoy, como a fines del siglo XIX y principio del siglo XXI, la Perla del Atlántico sigue apuntando a la modernidad, vuelve a recibir a todosen el nuevo mapa social: familias con o sin dólar turista, estudiantes, clase alta, clase media, obreros, maestros… Y Mar del Plata estalla de alegría.
Merecido regalo de cumpleaños, tras 148 años de vida, seguir siendo el destino que atraviesa masivamente todas las clases sociales.