La historia de Mar del Plata con los juegos de azar siempre estuvo a contramano de lo que ocurría con las leyes de juego en el territorio nacional.
Mientras en 1933 la legislatura porteña prohibía el juego y cerraba el Tigre Club (que se inauguró en 1912 y es considerada la primera sala de juego del país), la ciudad que ya estaba afianzada como la villa balnearia aristocrática por excelencia recibía los elementos confiscados del notable espacio porteño y consolidaba su oferta de recreación.
Entre los elementos que fueron trasladados a Mar del Plata figuraban una ruleta y una mesa de cartas. En aquel entonces, el mobiliario fue instalado en el hotel Bristol, que contaba con la sala de juego más importante de la ciudad, con mesas traídas exclusivamente de Francia y atendidas por croupiers españoles y
franceses y en la que, durante las temporadas de verano, la élite porteña apostaba grandes sumas de dinero.
Según explica el investigador de la Universidad Nacional de Mar del Plata (Unmdp) Marcelo Pedetta en “Última bola. Políticas públicas y prácticas sociales en los casinos nacionales en torno a los años 60”, hasta la llegada de Manuel Fresco a la gobernación, las salas de juego estaban en manos de empresarios y hoteleros privados y “era una excepción a la regla nacional”.
“La llegada del conservador Manuel Fresco al gobierno provincial (1936) coincidió con el proceso de cambio de carácter que experimentó Mar del Plata al dejar de ser una villa balnearia exclusiva en el camino de conversión en una ciudad turística de masas”, explica el investigador que subraya que dentro del plan general para reestructurar la ciudad a través de la obra pública el gobierno bonaerense se
apropió de las salas de juego, aunque no las explotaba de forma directa.
En Mar del Plata, Miramar y Necochea, para 1938, la empresa Unión Kursaal Argentina (Uka) obtuvo el permiso de explotación de las mesas de juego por un periodo de 10 años con la condición de financiar la construcción de un edificio propio para el juego.
La obra comenzó el mismo año en el que Uka se hizo cargo de la concesión y el lugar elegido para edificar lo que sería el Casino Central fue clave: Boulevard marítimo frente al Bristol Hotel.
El espacio además contaría con un hotel para alojar a quienes no cuenten con los medios para hospedarse en los exclusivos hoteles de la villa balnearia.
Así, fue el renombrado arquitecto Alejandro Bustillo quien se encargó de diseñar el edificio del Casino Central, el Hotel Provincial y la Rambla Bristol.
Foto: Inauguración del Casino Central de Mar del Plata.
Para crearlo, Bustillo se inspiró en la parisina Place Vendôme y el estilo Luis XIII: grandes bloques de piedra Mar del Plata, ladrillos vista y techos con teja pizarra negra contienen los más de 77 metros cuadrados que alojan recovas y siete plantas colmadas de detalles de decoración.
La construcción del edificio llevó un año y, el 22 de diciembre de 1939, el Casino Central abrió sus puertas. Durante años, el Casino aceptaba únicamente el ingreso de hombres y mujeres con ropa de gala, regla que garantizaba que el público que llegaba a las grandes salas de juego pertenezca a la alta burguesía que llegaba a la ciudad para disfrutar del verano y destinaban pequeñas fortunas para los juegos de azar.
Pero, con la llegada del peronismo el paradigma turístico en la ciudad cambió y el casino pasó a la órbita estatal.
Las transformaciones sociales que experimentaba Mar del Plata se vieron reflejadas en la sala de juego que se transformó en un caso representativo del paradójico proceso de democratización e intervencionismo.
Para ingresar al lugar ya no era necesario vestir de gala, aunque se mantenía el código de vestimenta que prohibía ingresar al lugar con prendas “rotas” y quienes se acercaban a las salas de juego debían identificarse para garantizar su solvencia económica.
A medida que el público se incrementaba, se adoptaron diferentes medidas para amoldarse a las demandas de la época. Así, fines de la década del 40, ya no era necesario identificarse con un "carnet de apostador" y la sala de juego garantizaba el anonimato de los apostadores a quienes solo se les solicitaba el pago de una entrada.
La sala pasó, en aquel entonces a funcionar durante todo el invierno y durante los fines de semana con distintas actividades sociales y culturales para hacer de Mar del Plata “una ciudad turística de todo el año” y así aprovechar el atractivo que la ruleta generaba entre los turistas de todo el país que llegaban a la ciudad, aunque el fuerte seguía siendo el periodo estival.
“Dos años hace –por lo menos– que febrero da al recinto ese del azar, el aspecto de un parque de diversiones en un sábado de éxito. No se puede jugar, no se puede caminar, no se puede respirar.
Eso no es el Casino”, publicaba el diario La Capital para graficar las escenas que se vivían durante las veladas de juego en Mar del Plata: El casino y la playa Bristol, gracias a las políticas de movilidad social
se habían convertido en un verdadero hormiguero que, por año alojaba a 2 millones de personas que buscaban probar suerte y volver de sus vacaciones con un dinero extra en el bolsillo.
La tendencia alcista del Casino se mantuvo hasta la década del '90. Luego, de la crisis de 2001 los niveles de apuesta cayeron y la denominada “Casa de piedra” comenzó un proceso de deterioro en algunas de sus salas que de a poco perdían el esplendor que ostentaban y se convertían en una reliquia, hasta la restauración que se realizó una década más tarde.
Fuente: 0223