La Normandina es un complejo cuyo edificio original estaba inspirado en un famoso buque francés.
Sentado en las mesas de La Normandina, en la costa de Mar del Plata, uno se siente como en la cubierta de un barco.
El encantador efecto que consigue transmitir este complejo gastronómico (calle Roca y el Mar, en Playa Grande) no es casual, pues el edificio original construido en 1938 se inspiró en el transatlántico francés Normandie, del que tomó su nombre.
El barco hacía el recorrido Le Havre-Nueva York y tenía más de 300 metros de eslora. Los argentinos de entonces nunca
antes habían visto un transatlántico tan lujoso y, maravillados, se referían a él como “el barco de las luces”.
El edificio emula con sus formas la estructura de un navío e incluye una zona que se asemeja a un puente de mando.
El lugar fue centro de celebraciones de la alta sociedad argentina que había adoptado a Mar del Plata como su sitio de veraneo preferido.
Muchos de ellos eran inmigrantes europeos y fueron los responsables de imprimir el estilo normando en muchísimos palacios y elegantes residencias de la ciudad.
Tras estallar la Segunda Guerra Mundial, el edificio y el barco sufrieron la misma suerte. El transatlántico fue rebautizado como USS Lafayette (AP-53) y utilizado para el traslado de tropas estadounidenses hasta que un incendio lo dejó moribundo y volcado de lado en el mar sin que se consiguiera recuperar.
El edificio también quedó abandonado sobre la costa como una enorme osamenta y entró en una lenta muerte que duró cerca de 60 años.
Sin embargo, en 2007, el gran monstruo blanco fue resucitado en una “titánica” tarea, como la definen sus arquitectos.
Fue rescatado del óxido y el abandono, para reflotarlo junto al mar.
El edificio restaurado, ya con el nombre de La Normandina, tiene ahora cuatro restaurantes, galerías de arte, un salón para 800 personas y algunas de las terrazas más cercanas al mar que se pueden disfrutar en la ciudad.
Tomar un café en lo que se asemeja al puente de mando de un elegante buque es un placer muy especial. Resulta inevitable quedar enganchado con la mirada hacia el oleaje. A la hora de la cena, cientos de manchas blancas se alborotan más allá de la orilla. Son las alas de las gaviotas que se agitan hambrientas sobre la oscuridad del mar.