“Ayer a la mañana fue llamada la atención de los paseantes de la rambla por los gritos de auxilio que partían de la playa, frente al Gran Balneario”. Así comienza la primera crónica de un salvataje publicada por LA CAPITAL. Fecha: 11 de febrero de 1906.
El “Gran Balneario” era un establecimiento de madera ubicado a la altura de la actual Avenida Luro, donde se ofrecían diversos servicios, incluyendo piscina y “casillas de baño”, habitáculos con ruedas donde los bañistas podían cambiarse junto a la orilla.
El “Gran Balneario” era un establecimiento de madera ubicado a la altura de la actual Avenida Luro, donde se ofrecían diversos servicios, incluyendo piscina y “casillas de baño”, habitáculos con ruedas donde los bañistas podían cambiarse junto a la orilla.
El establecimiento pertenecía al napolitano Fernando Catuogno, que fue pescador, bañero y empresario del rubro balneario. Se dice que cierta vez rescató del mar un bastón que se la había caído al presidente Marcelo T. de Alvear, quien le puso el apodo con que pasó a la historia: “Negro Pescador”.
Pero volvamos al salvataje:
“El señor Carlos Cucullu había caído en uno de los muchos pozos que hay en ese lugar, siendo luego arrastrado por la gran correntada que había. Su tío, el señor Enrique Curuchet que quiso extenderle la mano, fue en el mismo momento arrastrado por la corriente”.
Varios bañeros “se arrojaron intrépidamente al agua logrando apoderarse de los infortunados veraneantes. El señor Cucullu que fue el primero que salió pudo dirigirse por sí mismo hacia su casilla. No pasó otro tanto con el señor Curuchet que fue extraído del agua sin conocimiento y llevado al cuarto de primeros auxilios donde gracias a los solícitos cuidados del doctor Sicardi fue vuelto a la vida”.
El 13 de febrero LA CAPITAL amplió la información en un artículo que lleva por título “Los semi-ahogados”:
“Se encuentran completamente bien el ingeniero señor Enrique Curuchet y el estudiante de medicina señor Carlos Cucullu, que el sábado estuvieron a punto de perecer ahogados en playa Bristol. Dichos señores piensan gratificar a sus salvadores con $500 cada uno, que si bien se mira está muy bien ganada, pues para ello han expuesto sus vidas”.
En la misma edición se informó sobre un salvataje en playa La Perla, que no gozaba de la misma categoría que la Bristol. Seguramente ello influyó en la dispar recompensa que recibieron los bañeros y en el no menos disímil tratamiento periodístico dispensado a la víctima.
“Ayer por la mañana fue sacado del agua un individuo que se bañaba en la playa de La Perla y se encontraba a punto de perecer. Fue arrebatado a las olas por dos de los bañeros del ‘San Sebastián Argentino’, Pietro Pierini y Martín Teruggi. Levantada una suscripción en ese momento, dio alrededor de 50$ a beneficio de los salvadores“.
La periodista que fue noticia y el tucumano que resignó los asados
Ellos y ellas son los guardianes de la bahía, como rezaba el slogan de la famosa serie “Baywatch”, que durante toda la jornada cuidan las vidas de los bañistas a lo largo de los más de 47 kilómetros de costa en Mar del Plata.
Por Natalia Prieto
Los guardavidas son parte del paisaje de la ciudad, no sólo por lo que hacen sino por lo que significan. Si bien en un inicio desempeñaban todo tipo de tareas en la playa, desde cuidar a los bañistas hasta organizar las carpas, ahora realizan su tarea específica en turnos de 6 horas durante 150 días corridos, desde el 1 de noviembre hasta Semana Santa.
Juan Pablo Charles hace 27 temporadas que es guardavidas, primero en la zona norte y actualmente en Playa Grande, donde lleva un cuarto de siglo, los últimos 18 años en el Yacht.
“Esta profesión me enseñó a cuidar no sólo a los bañistas y estar 100 por 100 atento ante cualquier circunstancia que pase en la playa.
Me enseñó también que el mejor guardavidas no es el que nada más rápido ni el más fuerte, sino el que previene esa situación de rescate porque el mejor rescate es el que no se hace“, sostiene este profesor de educación física y apasionado del rugby.
En cuanto a situaciones insólitas que vivió mientras trabajaba, recuerda a “una pareja de tucumanos que cayeron en la canaleta. Si bien el mar no estaba complicado, la profundidad pegada a la escollera les jugó una mala pasada. Obviamente que estábamos atentos a ver si podían salir por sus propios medios y como no ocurrió eso, fuimos a socorrerlos. Al llegar estaban bastante tranquilos, pero al trabar al hombre justo llegó una ola. Se puso a toser y la dentadura postiza completa se le salió de la boca. Todos quedamos mirando cómo esos dientes se iban al fondo del mar y por suerte el hombre, con su acento tucumano, dijo ‘chau asado en estas vacaciones’. Y todos empezamos a reírnos con ellos”. El tucumano después les manó helado a la cabina.
Otro rescate que recuerda “duró como una hora. Tuvimos que salir con soga, no había un elemento fundamental como la moto de agua. Una chica fue succionada por la canaleta, entramos en acción, trabamos y fuimos detrás de la rompiente para evitar las olas y esperar la soga que nos saque”.
“En eso, uno de los compañeros la reconoció. Era una notera de Crónica TV. Para tranquilizarla le empezamos a hacer chistes en alusión a su trabajo. Eso fue hace más de 20 años”.
La casualidad hizo que la periodista, que hoy trabaja para otra señal de noticias, este año “me fue a preguntar cómo venía la temporada. Después de tanto tiempo la reconocí y le pregunté si era ella y me dijo que sí y nos reímos”.
Una pionera
María Emilia Di Scala tiene 52 años y es guardavidas desde los 19. “Empecé en diciembre de 1988 y éramos muy poquitas, 4 o 5 mujeres. Yo era nadadora, venía a Punta Mogotes, la vi a Laura Ramos, una legendaria, y me dije ‘quiero ser como ella’. Fue uno de los modelos a seguir”, cuenta la hoy jefa de guardavidas de Punta Mogotes.
Para su debut, después de haber accedido al puesto por concurso, eligió trabajar en “Punta Mogotes porque me crié acá, así que me mandaron al (balneario) 7 el 17 de diciembre de 1988”.
Después pasó al balneario 17 y cuando privatizaron el sector “me echaron por reclamar el convenio colectivo de trabajo” y consiguió empleo en el hotel 5 de Chapadmalal. “Estuve 5 años, con el bote incluso porque soy timonel. Después fui a Alfonsina, en La Perla, y desde 2008 estoy como jefa de sector en Punta Mogotes. Soy la encargada de supervisar a los guardavidas de las bajadas municipales, que se hicieron con el fin de que haya más guardavidas en el sector”.
Hace más de 30 años, cuando comenzó a trabajar en la playa, la situación social era otra y casi no se hablaba de cuestiones de género. “Me pasó que cuando entraba a un rescate -cuenta entre risas a LA CAPITAL– la gente me preguntaba si estaba bien o si estaba en la tarima pensaban que era la novia del guardavidas“.
Lo más insólito que le pasó, en el ejercicio de la profesión, tuvo lugar en la playa del hotel 5 de Chapadmalal. “Generalmente -rememora- la gente al mediodía se iba a comer a los hoteles y no quedaba nadie. Un domingo había cuatro personas bañándose y los cuatro se estaban ahogando y uno estaba en peligro. Así que entramos los tres guardavidas e hicimos el rescate. Eran todos de la misma familia”.
“Este mar es bravo -define mirando al horizonte-, depende del estado y de la bajante. Alfonsina parecía tranquila pero ahí hicimos regios rescates porque está entre dos espigones y, cuando hay bajante y viento del noreste, se generan condiciones que hacen que la gente quede atrás de los espigones. Es muy peligroso y difícil de salir”.
Sin dudar, asegura que lo suyo es vocación: “Me encantaba la vida al aire libre y quería hacer algo original, así que me inscribí en la escuela de la Dirección General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires que funcionó hasta 1995 y me recibí de guardavidas”, explica.
Además, desde 1992 integra la comisión directiva del Sindicato de Guardavidas pasando por diversos cargos. Ahora se desempeña como secretaria de Actas.
Madre de dos hijos -Emiliano (9 años) y Laureano (19)-, soltera, asegura que nunca padeció grandes dificultades laborales por ser mujer. “Pasé por ser uno más -describe-, construyendo mi propia imagen. Empecé muy joven, a los 19, y toda mi vida transcurrió en la playa”.
Y, de cara al futuro, dice que seguirá trabajando por “las mejores condiciones para las mujeres, para que tengan acceso a la profesión”. En la ciudad hay unos 800 guardavidas, entre los municipales, privados y los de los natatorios, mientras que “sólo el 9 por ciento son mujeres en el ámbito municipal. Falta equidad en cuanto al acceso al trabajo”.
Heredero
Lisandro Matías Pucheta tiene 48 años y es guardavidas desde 2009, cumpliendo como una especie de mandato paterno, de quien heredó el lugar en la tarima.
“Crecí en la playa por mi papá -explica-, así que cuando me recibí tomé el puesto de mi padre. Nunca se me dio por trabajarlo de más joven, pero sí estaba en mis planes hacerlo de más grande”.
Su primer destino laboral estuvo en el sur, en Paradise, donde a fines de los 80 y principios de los 90 funcionaba una pista de esquí acuático. Y de ahí lo pasaron a su lugar actual, IOSE.
Si bien se ríe cuando se le consulta por el mito de “picaflor” que tienen los guardavidas, él se muestra lejos de esa imagen de ganador y se ampara en su mujer y sus hijos.
“Lo más insólito que me pasó en la playa tiene que ver con la actual cabina. Cuando llegué no había nada, sólo un mástil precario y éramos uno por turno. Algunas cosas nos dejaban guardar en el balneario”, rememora.
Entonces le dijo a su compañero “voy a conseguir una casilla y él me miró incrédulo y conseguí una cabina de barco, la terminé llevando casi de noche, en un camión, fue toda una odisea. Me la dieron porque era un barco que iba a desguace”, relata.
Hoy se siguen protegiendo en esa cabina de barco devenida en casilla, que para Lisandro es “una obra de arte, porque es de las pocas que quedan con la carpintería naval de antes. Ahora en los inviernos la sacamos y la llevamos a la casa de una de mis hermanas y después las volvemos a llevar a la playa”.
Fuente : Diario La Capital de Mar del Plata