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Foto del escritorMar del Plata - La Perla del Atlántico

El muñeco de la película King Kong que brilló en Hollywood y su insólito final en Mar del Plata

El robot medía 17 metros, pesaba seis toneladas y su pelo era de crin de caballos criollos. Apareció en la película estrenada en 1976. Después del éxito de taquilla lo trajeron a la Argentina para hacer sendos espectáculos infantiles en La Rural y en La Feliz. Pero fue un fracaso y lo abandonaron. ¿Qué sucedió luego?


Por Rodolfo Palacios

Cines de todo el mundo, 1976. Un grupo de exploradores busca petróleo en una isla inhóspita. Pero encuentran a King Kong, un gorila gigante y monstruoso que se enamora de una bella mujer interpretada por Jessica Lange.


Mar del Plata, 1979. Un grupo de aventureros se hunde en el basural de Batán, cerca de una cárcel de máxima seguridad y a 17 kilómetros de las playas céntricas. No buscan oro. Tratan de dar con los restos de King Kong, convertido en chatarra.


“Ya está en la Argentina King Kong, que hará su show en una carpa”, tituló el diario La Capital en 1979.


Los afiches mostraban a King Kong rodeado de aviones y sosteniendo el Obelisco. En otra imagen aparecía azotando al edificio Havanna de Mar del Plata.


“Mar del Plata, la primera ciudad del mundo que recibe a la Octava Maravilla”, era una de las frases. La otra: “La monumental alianza de la técnica y la ternura. “La maravilla electrónica que fascina a los chicos y sorprende a los grandes. Todos los días 18.30, 20.30 y 22.30 en Luro y España”.


¿Dónde quedaron los restos del gorila más famoso de la historia del cine? Quizá ese sea un misterio superior al que aparecen en todas las versiones que se hicieron sobre este personaje, rey de la indómita Isla Capitán.


Martín Olaechea era un niño cuando su padre consiguió entradas para ver al gorila en vivo. “Estábamos desesperados por ir porque veníamos con toda la euforia de la película. El espectáculo, ahora que lo veo a la distancia, era básico. King Kong era manejado por un hombre, que estaba en su interior moviendo palancas, al que no veíamos pero supimos que era así. Y además de gritar (su voz salía de un sistema de sonido exterior al gorila), tiraba piedras al público, que en realidad estaban hechas de telgopor. Por lo que se dijo en su momento, hubo un fraude de la empresa que lo trajo y el muñeco quedó abandonado. Estaba cubierto por una lona, hasta que quedó la cabeza sola. El cuerpo fue llevado al basural de Batán. Pero después desapareció el cuerpo y la cabeza”

Según el reportaje de Telegraph, “el espectáculo fue una fuente de ingresos y Kong fue trasladado a la ciudad costera de Mar del Plata. Cuando el negocio fue bombardeado, Kong fue abandonado, dejado para resistir la llovizna otoñal. Pronto, y no muy diferente de la película en la que había protagonizado fugazmente, el animatronic Kong desapareció”.


El Kong que fue abandonado en Mar del Plata, que se movía con propulsión hidráulica, tuvo su momento en una escena crucial: el gran debut de Kong en Nueva York. Es una de las pocas tomas en las que aparece el animatrónico tan publicitado. Su actuación fue un fracaso. Cuando se quitó la tapa de la bomba de gasolina gigante, una de sus tuberías hidráulicas se rompió. El gran simio, con una corona con la marca Petrox en la cabeza, se quedó allí, goteando.


Soto confirma que en 1978 el animatronic de Kong fue de gira por la Argentina. Comenzó en una exposición en La Rural de Palermo, pero todo fue un chasco, por lo que cuatro meses después lo llevaron a Mar del Plata, donde fue exhibido en el Estadio Bristol, donde llegaron a pelear, entre otros, desde Carlos Monzón hasta Oscar “Ringo” Bonavena. Estaba situado en Luro entre Salta y Jujuy. En Mar del Plata se montó un espectáculo en el verano de 1979, compartiendo cartel con las obras de Alberto Olmedo y Jorge Porcel, por ejemplo, y con los torneos de fútbol de verano.


“Arrancó en febrero y pensaron que iba a arrasar -opina Soto- pero fue otro fracaso. El show duraba media hora y la entrada era carísima, un dólar y medio de entonces. El robot no se movía. Movía los ojos, los brazos y gruñía. Me pasó que un día caminando por la avenida Luro, ya terminado el espectáculo, me asomé y vi en el Bristol al robot, una parte en un sótano hecho especialmente para que cabiera porque era gigante, cubierto con una lona. Llegué a verle la cabeza. Como no habían pagado impuestos, Sadaic, la luz, el gas, entre otras cosas, quienes lo habían traído desaparecieron y el rumbo del robot fue incierto”.




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